Editor: Mario Rabey

10 de agosto de 2010

Hugo Guerrero Marthineitz


Nació en 1924, hijo de mamá Esther, modista, y de papá Lorenzo, buscavidas. El nacimiento de este hombre es el fruto de la última voluntad de un chico de 14 años, un hermano al que él no llegó a conocer. Esther y Lorenzo llevaban años separados cuando este hijo, en la última de sus agonías, les rogó que se reconciliaran. El fruto de esa monstruosa reconciliación fue Guerrero. Apenas la embarazó, Lorenzo se fue de casa para nunca más volver. Esther, modista de la aristocracia limeña, lavaba sus sedas y cosía casimires para espantar la miseria, mientras arrastraba por las mejores casas de Lima su vientre de limeña embarazada. Un día, cuando el hijo llevaba tres meses de concebido, la atropelló un auto. El embrión, que ya había adivinado cómo le iba a gustar el mundo, no sufrió ningún daño, y mamá Esther sobrevivió a fuerza de no morirse. Muchos años después, cuando Lorenzo tuvo 65 años, el accidente de auto que no pudo matar a Guerrero ni a su madre lo mató a él en plena calle limeña. Esther y Lorenzo no se vieron jamás, y se odiaron minuciosamente hasta el último día de sus vidas.

-Mi padre vivía a veinte cuadras de mi casa. Me compraba ropa, pero para la casa, ni un peso. A mí me enseñaron a pedir disculpas por todo. Por vivir. Porque mi madre no se acordaba con la frecuencia que debería haberse acordado, de mi nombre... ¡Víctor!

Grita, y mira a esta cronista -que no se llama Víctor- con ojos de furia.

-¡Víctor!

Víctor. Hay que encontrar a Víctor. Quién es Víctor. El sigue mirando con rabia, y entonces grita: -¡Lorenzo! Transforma su voz en un susurro y ahora Guerrero Marthineitz es la señora madre de Guerrero Marthineitz.

-Ay, perdón, perdón hijito, Huguito, ven por favor, pero qué loca soy.

Pausa de un minuto. -¡Lorenzo! Ay, pero... Huguito, qué loca soy... perdóname hijito. ¿En qué mes estamos? Ay, octubre, un mes que cumpliste años, perdóname.

Pausa.

-A ella se le murieron juntos dos hijos de 13 y 14 años. Mis hermanos mayores se llamaban Víctor y Lorenzo, al que le decían Lolo, para no confundirlo con mi padre. Y Hugo no era Hugo, Hugo era Víctor, o Lorenzo, y el 11 de agosto, mi cumpleaños, no se celebró nunca, jamás. ¿Por qué no se celebra el cumpleaños de Hugo? ¿Por qué no se celebraba el cumpleaños de ella? Porque mi abuelo que era negro norteamericano celebraba su fecha patria el 4 de julio, había nacido el 4 de julio, llegó a América latina el 4 de julio, mi madre nació el 4 de julio y su padre murió el 4 de julio. Llegaba el 4 de julio y ella lloraba por la muerte de su padre.

La mejor modista de Lima militaba en un partido de izquierda: el partido aprista peruano. Apra. Alianza Popular Revolucionaria Americana.

-Perdió su trabajo de modista por pertenecer a un partido de izquierda. Un día voy a buscar a mi padre. No está, no está. Cuando lo encuentro le digo: "Dónde estabas?" Y él me dice: "Estuve en el panóptico, por estos apristas de mierrrda..."

Por algún motivo, Hugo Guerrero Marthineitz parece creer que esta cronista escucha mejor si se le aplica un pequeño golpe en la rodilla cada tanto. O un apretón en el brazo. O un empujoncito. Esa es la peor parte: el empujoncito. Porque la silla de la cronista -que tiene ruedas- se desliza. Derecha, izquierda. Una especie de barco ebrio, ridículo, mientras el hombre se levanta de la silla, se ríe, agita los brazos y empieza a gritar: -¡Era fascista, mamita de mi corazón! ¡Mi padre era fascista a lo Franco! Agitador y con cachiporra. Lo pescaron y lo metieron en cana.

-¿Lo pasó mal en la infancia?

-No, yo siempre digo que el decir que en la infancia se pasa mal, es parte de la gente que hace política. Por eso yo llamo feudo a la Argentina. La Argentina es feudal, porque...

Cada tanto emprende monólogos extensos que incluyen un vuelo rasante por una teoría de la educación, la socarronería peruana, la Guerra de Malvinas, los escritores argentinos en el exilio, la música popular brasileña y el cuarteto argentino. Al terminar, aterriza donde más le gusta.

-... y la clase media argentina fue una invención anticomunista.

-¿Cómo?

-Shhhhhhh. Una invención anticomunista.

Lo hace una y otra vez. El monólogo ininterrumpible. Ahora es la historia de un chalet en La Lucila, los taxistas, el chamamé, Fangio y el divino arte de la paciencia. Dice que lee mucho. Que lee desde chico, cuando se zambullía en novelas policiales que compraba a veinte centavos hasta que conoció al señor Osada, japonés y dueño de la despensa del barrio. El señor Osada no tenía afecto por ese nene insolente.

-Yo era inaguantable. Un día, cuando tenía 14 años, entro en la despensa con un libro bajo el brazo. El señor Osada me dice: "¿Qué lee"? Le digo que es una novela policial. "Ah. Cuando tiene tiempo, lea mejor novela policial del mundo." Le digo bueno, me voy. Al tiempo vuelvo. Y me dice: "¿Leyó novela policial mejor?" Le digo que sí. Me dice: "Bueno, esta noche, después comer, viene casa y conversamos". Esa noche toco la puerta, me hace pasar a un salón enorme con una mesa baja. "Bueno, ahora, si leyó novela policial mejor, vamos a hablar. ¿Qué opina de Rascolnikov?" A los 14 años el hijo de p... ¡me había hecho leer Crimen y castigo! Guerrero se agarra la cabeza, va a mirar su biblioteca, abre los brazos, insulta al japonés un par de veces más, hasta que hay que entender que si lo insulta tanto es porque lo adora, porque más tarde usará el mismo insulto para hablar de todos y cada uno de sus hijos, de una de sus ex mujeres y de algunos de sus escritores favoritos. Tuvo muchas parejas. Siempre mujeres mucho más jóvenes que él. En 1996, por dar un ejemplo, su pareja se llamaba Geraldine y tenía 26 años. El, 73.

-¿Pero qué culpa tengo yo de ser bonito? El otro día me encontré a un conocido en la calle y me dijo: "Negro, pero qué bien que estás". Y yo le digo: "Sí, pero los 77 años ya me pesan".

Se ríe con maldad, sabiendo que nadie podría pensar que tiene casi ocho décadas sobre el mundo. De tres matrimonios diferentes tuvo tres hijos: Diego Alonso; de 34 años; María Gabriela (a la que dejó de ver por problemas legales cuando la nena tenía 4 años y sólo volvió a verla cuando ella tuvo 21), y Hugo Bernardo, de 18, al que le puso Bernardo en honor a su psicoanalista. A la madre del primero de sus hijos varones la conoció cuando él tenía 32 años y ella, 17.

-Fue una relación larga, de diez, once años, jodida, dolorosa. Nos quisimos mucho. Ella consiguió mi teléfono, me llamó, la invité a tomar algo. Se había hecho la rabona. La invité al bar del hotel donde yo vivía. Pidió un trago de frutilla, sin alcohol. Luego, porque yo hago las cosas naturalmente, le dije que subiéramos a mi habitación a charlar. Y ella, con 17 años, me contó todo, su vida. Una hembra. Otro recuerdo que tengo de ella es cierta vez que fui a Nueva York con un conocido. Caminando por la Quinta Avenida yo miraba vidrieras y pensaba qué lindo ese collar, ese pañuelo. Era invierno. Fui corriendo y le puse un cable: "Negra, te vienes como estás". Porque yo soy autoritario. Y a la mañana siguiente baja ella del avión, con un vestidito floreado. La llevé a comprar de todo y a la noche me dice: "Ay, Negro, sabes que ayer me dio por limpiar la casa, y estuve fregando, hasta que dieron las 3 de la mañana, y entonces en calzones, me senté en el piso y me quedé mirando cómo amanece". Esa es una imagen de esa mujer que me conmueve.

El hombre del que todos dicen que cambió la forma de hacer radio asegura que nunca la escuchó. Que cuando era chico, su madre le compró una radio con la que capturaba frituras en japonés, alemán y africano en onda corta.

-Pero cuando llegué a hablar en la radio, hablé como hablaba yo. Y a los ocho meses era la voz número uno del Perú. Y luego aquí era una estrella. Pero hay que ser idiota para creerse el éxito, mamita de mi corazón. Hace veinte años la revista Siete Días titulaba: "Guerrero Marthineitz, el que mantiene despierto a Buenos Aires". Diez años después, la revista Gente titula: "Marcelo Tinelli, el que mantiene despierto a Buenos Aires".

En 1951, y porque ya había hecho todo lo que tenía que hacer en Lima se fue a Chile, queriendo con toda el alma irse a París, pero sin dinero.

-Mi madre dijo: "Haces bien. Un hombre tiene que viajar".

En Chile estudió tres años en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, y pasó semanas enteras sin un cobre, durmiendo en un tranvía, hasta que una prostituta le enseñó que podía descansar, pagando diez pesos, en un hotel alojamiento, entre las dos de la mañana y las siete.

-Yo quería mostrarte un libro, espero que no lo haya tirado porque todo lo tiro yo... Nada, no guardo nada. Tal vez sea cosa de mi madre. Mi madre, me cuesta decirlo, pero me sale así, mi madre tenía solamente el retrato de sus hijos y nunca un retrato mío. La única foto que yo me saqué fue cuando fui al Zoológico, tenía dos pesitos, y me saqué la fotito. Con 10 años. Pero no tengo rencor. Yo descubrí algunas cosas con la vieja. La única persona que puede acariciarte, besarte, tocarte, perdonarte, ¡es la misma que puede decirte: "Fuera de acá, mierda, no sé para qué carajo te tuve"! En el otro extremo de la habitación hay un espejo que ocupa toda la pared. El se mira, de reojo, antes de regresar a la mesa y gritar: -¡Te están formando para la vida, para que sepas que quien te da un beso te golpea!

Después de Chile, pasó un tiempo corto en Buenos Aires, donde nadie le dio un trabajo, y cruzó a Montevideo, donde fue toda una estrella en Radio Carve. Cuando lo llamaron desde la Argentina con una oferta laboral, Guerrero no podía creer su buena suerte. Le ofrecieron hacer un programa a las 10 de la mañana, un horario radial tan atractivo como un páramo, pero él hizo El club de los discómanos y fue un éxito arrasador. Desde entonces, nunca paró. De trabajar y de tener problemas. En 1957 se presentó en Canal 7 con la camisa arremangada y levantaron el programa: lo acusaron de traer a las mentes del pueblo reminiscencias peronistas y descamisadas. Cuando en 1967 empezó a hacer El show del minuto en Radio Belgrano -seis horas al aire, solito y su alma-, el hombre pasó a ser una estrella sin perder su costado insolente y provocador. Se negaba a programar discos de Donald, Sandro, Leonardo Favio, Violeta Rivas y Palito Ortega. Insistía con Piazzolla cuando todo el mundo decía que eso no era música. Fue el primero en sacar al aire la voz de los oyentes, cuando los oyentes eran esas cosas de las que nadie se ocupaba demasiado. Hizo silencios enormes y una entrevista de dos horas sin cortes con Jorge Luis Borges. En 1972, dedicó todo el programa a leer un artículo de la revista Confirmado que criticaba a medios y periodistas. A pedido de la Sociedad Argentina de Locutores, y de muchas otras instituciones, el programa fue suspendido. Pero Guerrero había grabado el programa y demostró que los dichos por los que lo habían censurado eran de la revista y no de él.

-Dije: "Vuelvo si se retractan todos públicamente". Todos se retractaron. Cuando volví, porque soy muy hijo de p... dije: "Bueno, esto es lo que decíamos ayer y que motivó que nos suspendieran el programa". Pasé la cinta de nuevo, y se lo tuvieron que comer.

Cuando se envió un comunicado del gobierno a todas las radios recomendando no repetir temas musicales en una misma jornada, Guerrero lo leyó y ese día en su programa no se escuchó otra cosa que un solo, monótono, único tema musical: Argentino hasta la muerte, de Rimoldi Fraga.

La Nación, 30 de junio de 2000

Texto: Leila Guerriero

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